El color prohibido según los biógrafos


Mishima, John Nathan

A fines del verano de 1950, Mishima empezó a frecuentar los bares y cafés homosexuales que habían aparecido por todo Tokyo nada más terminar la guerra. (En el Japón no había bares “gay” antes de la guerra. Su súbita aparición puede atribuirse a los muchos extranjeros homosexuales, entre ellos buen número de soldados, que se reunieron en Tokyo durante la ocupación.) Su lugar favorito era un café “gay” de Ginza que se llamaba Brunswick. Era café y bar a un mismo tiempo, contaba con camareros jóvenes y atractivos, y estaba patrocinado por una extraña combinación de japoneses acomodados y mayores, hombres de negocios extranjeros, soldados americanos y prostitutos japoneses. Por la noche, los camareros se convertían en estrellas del famoso espectáculo Brunswick. Uno de los artistas era un chico “gay” entonces desconocido que se llamaba Akihiro Mayurama, y que luego se convertiría en”chansoneuse”, vestido e mujer, y que conocido por la Edith Piaf japonesa, y todavía más tarde en la “actriz” que interpretaba el papel principal en la obra de Mishima El lagarto negro, Mayurama recuerda a Mishima en aquellos tiempos:

“Era pálido como la muerte, tan pálido que su piel tenía un tinte amoratado. Y su cuerpo parecía nadar dentro de las ropas. Pero a pesar de eso era narcisista, eso estaba claro,  tenía buen ojo para la belleza. Lo que le pasaba entonces, ante de que empezara a hacer ejercicio para fortalecerse y todas esas cosas, era que cuando se miraba a si mismo, con aquellos ojos que realmente sabían apreciar la belleza, y estaba mirándose continuamente, se ponía malo al ver lo que veía.”

En 1950 y 1951, todo el que conociera a Mishima acaba por acompañarle en alguna de sus rondas por los bares “gay”, que invariablemente terminaban en Brunswick. Él decía que estaba reuniendo material para su nuevo libro, Colores prohibidos, y aseguraba que le daba miedo entrar solo en esos sitios. Dentro se comportaba como un espectador. No se molestaba en ocultar que conocía a los naturales de esos lugares. Pero tampoco daba nunca a entender que formara parte de este mundo que estaba bosquejando en las tarjetas que siempre llevaba consigo, y no parece que los amigos sospecharan nada.

No hay pruebas de que Mishima fuera un homosexual activo antes de su primer viaje a Occidente en 1952; pero es indudable que escribir Colores prohibidos le llevó a unas profundidades del mundo homosexual en las que hasta entonces no se había atrevido a penetrar. Una de las cosas que descubrió fue que estaba en todas partes. El protagonista de Confesiones de una máscara estaba convencido de que era un caso único de “perversión”; en Colores prohibidos se demuestra que es un mal que aqueja a casi todo el mundo. En una escena característica, un extranjero viejo entra en “Rudons” (Brunswick) con su secretario, y se sienta con el protagonista. Cuando el secretario empieza a hacer proposiciones, es de suponer que a su jefe, por debajo de la mesa enlaza con el pie el tobillo del protagonista. El libro está lleno de revelaciones más o menos triunfantes de ese mismo género. Pero si hay en él una cierta complacencia, hay también una profunda ansiedad. El propio protagonista es un hombre joven más bien tonto, al que no le preocupa gran cosa su doble vida de hombre casado y homosexual. Pero hay una sirena que suena una y otra vez en el libro como una señal del presagio del autor; y lo que el narrador expresa más de una vez es miedo. En un pasaje que puede leerse como si fuera el mismo Mishima quien nos habla desde allí, se refiere al mundo homosexual como a una “jungla de sentimiento” que mantiene a un hombre enredado entre sus hiervas por más que luche por salir:

Ningún hombre ha sido capaz de apartarse definitivamente de la húmeda familiaridad que siente por las criaturas de su especie. Ha habido innumerables intentos de escapar. Pero al final no hay más que este apretón de manos húmedo, y este pegajoso encuentro de miradas. Los hombres así, esencialmente incapaces de mantener una casa, descubren únicamente algo parecido a un hogar en los ojos tristes que dicen: “Tú también eres uno de nosotros.”

El editor de Mishima para Colores prohibidos era una mujer joven llamada Michiko Matsumoto. En realidad no era un editor en el sentido occidental: en el Japón, raras veces un manuscrito de un autor conocido es editado por nadie a no ser en un aspecto puramente mecánico. Su trabajo como tantosha (parte responsable) era ir a ver a Mishima una vez al mes, en una fecha señalada por él, a recoger la entrega mensual . Desde enero a noviembre de 1951, mientras Colores prohibidos se estaba publicando, Michiko fue a ver a Mishima al menos una vez al mes; lo primero que observó fue la intimidad que tenía con su madre. Siempre que iba a su casa a recoger un manuscrito, Shizue estaba allí, sin apartarse de Kimitake, “protegiéndole de forma exagerada”. Mishima solía referirse a Shizue, incluso en presencia de ella, no como o-fikuro (mi anciana señora) o simplemente haha (madre), sino como o-kaa-sama, un nombre más bien afeminado y excesivamente ceremonioso, que significa algo así como querida mamá. 

Otra cosa que le extrañó en Mishima fue que no tuviera la “afectación acostumbrada”. Para empezar, era muy respetuoso con los plazos. Los autores famosos -y Mishima lo era en 1951-, justo antes de que se cumpliera el plazo, tenían la costumbre de comunicar a sus “editores” que la última semana apenas habían podido trabajar, o que la noche anterior alguien se había empeñado en que “tomaran otra ronda”. Mishima no dejó de cumplir un solo plazo en toda su carrera. Como Matsumoto no fue más que la primera en comprobar, señalaba una hora de un día determinado, muchas veces con semanas e incluso meses de antelación, y a esa misma hora entregaba el manuscrito terminado, en palabras de Matsumoto, “en la enfermedad o en la salud, y hasta en caso de que le matara”. Por lo general, Mishima tenía varios plazos fijados para un determinado mes; no era nada raro que varios “editores” que representaban a distintas publicaciones se encontraran a la puerta de su casa, donde una doncella les entregaba los sobres que Mishima había dejado para cada uno de ellos. El manuscrito no sólo estaba siempre a tiempo, sino que además estaba siempre limpio. La regla general entre los autores  japoneses famosos es un jeroglífico ilegible. Algunos escritores son tan imposibles de leer, que las casas importantes tienen ya especialistas dedicados a descifrar los manuscritos que llegan. Parece ser que Mishima no necesitaba ni hacer una copia; todos sus editores están de acuerdo en que casi nunca corregía: el texto estaba ya completo en su cabeza antes de que se pusiera a escribirlo con su primorosa caligrafía. 

Matsumoto expresó una vez su sorpresa de que llevara una vida en apariencia tan ordenada. Mishima contestó: “La mayoría de los escritores están perfectamente bien de la cabeza, y lo único que hacen es comportarse como si estuvieran locos; yo me comporto normalmente, pero estoy enfermo por dentro.”

Con Confesiones de una máscara había esperado dejar atrás el mundo de sangre y  noche y muerte, pero ese mundo continuaba rondándole. Como mínimo, estaba sintiéndose cada vez más enredado en la “jungla de sentimientos” en que se había metido con Colores prohibidos.

Otro de los grupos de Mishima era la pandilla homosexual que había descubierto mientras escribía Colores prohibidos. Esos amigos, japoneses y extranjeros, solían reunirse para unas fiestas intrincadas y emocionantes que daba en su casa un hombre de negocios americano, rico y residente en Tokyo desde hacía muchos años. Mishima estuvo asistiendo a esas fiestas hasta poco antes de casarse en 1958. Fue entonces cuando rompió también con un jovencito japonés que parece haber sido el único con quien mantuvo unas relaciones largas. 

Vida y muerte de Yukio Mishima, Henry Scott Stokes

Yasunari Kawabata era generoso por naturaleza y siempre estaba dispuesto a ayudar a los jóvenes escritores cuya obra le gustara. Durante las vacaciones de Año Nuevo de 1946, Mishima le llevó algunos manuscritos. Un cuento corto sobre las relaciones homosexuales en la Gakushuin le gustó lo suficiente como para recomendárselo al editor de una revista. “Tabako” (Tabaco)* fue publicado en la revista Ningen aquel mismo verano. Fue así como entró Mishima en el mundo literario de la postguerra. 

*‘Tabaco’, puede leerse en castellano reunido en el libro ‘Los sables’, de Alianza Literaria.

Kinjiki (Colores prohibidos), Mishima intenta mostrar las “discrepancias y conflictos que tengo conmigo mismo, como están representadas en los dos “yos”. El primer “yo” Es Shunsuke, un escritor de sesenta y cinco años, novelista célebre, cuyas Obras Recopiladas eran publicadas por tercera vez. Shunsike es el “viejo gruñón” en quien Mishima teme verse retratado.

Shunsuke estudia el folleto en el cual se anuncian sus Obras Recopiladas donde aparece su fotografía. En la aversión a la vejez, Mishima se adelantaba a sus años, si bien estaba a tono con el talante de la época representado por las obras de Tanizaki y Kawabata cuyos libros, El diario de un viejo loco y La casa de las bellezas dormidas, expresan el horror por la vejez con más crudeza que Kinjiki. 

El segundo “yo” de Kinjiki es Yuichi, un joven de exquisita belleza. El primero que lo ve salir del mar donde ha estado nadando es Shunsuke. A diferencia del protagonista de Confesiones de una mascara, Yuichi es un homosexual sin complejos que disfruta el acto amoroso. Pero, como el mismo Mishima, tiene más de narcisista que de homosexual. Cuando Yuichi hace su primera aparición en un bar “gay” de Tokio, “el deseo flota a su alrededor. Las miradas que lo siguen son como las de los hombres que, al paso de una mujer, la desnudan hasta quitarle el último alfiler. Los ojos entrenados y conocedores rara vez se equivocan. Mórbido el ancho pecho… la atractiva y prometedora armonía entre lo que se veía y ocultaba era tan perfecta como la de las divinas proporciones”. 

La novela es decididamente misógina. Shunsuje usa a Yuichi para vengarse de varias mujeres a quienes odia. En una de las escenas, Shunsuke se encuentra frente al cuerpo ahogado de su tercera y última esposa que se ha suicidado con su amante. La aprieta una máscara No contra el rostro hinchado hasta que éste “se aplasta como fruta madura”. La novela es también chauvinista. Los personajes extranjeros son intencionadamente ridículos. Uno de ellos tiene el hábito de gritar “¡Tegonku!; ¡Tegonku!” (¡Paraíso!; ¡Paraíso!) cada vez que alcanza el clímax sexual. Otro intenta violar a Yuichi y, al verse rechazado, llora y besa la cruz que lleva colgada del cuello. 

Por aquel entonces la vida de Mishima era semejante a la de Yuichi. “Sabía de los otros muchachos mucho más que nosotros”, manifestaba uno de sus amigos literatos. Patrocinaba el Brunswick, un bar “gay” de la calle Ginza. Allí se encontraba con Akihiro Maruyama que iniciaba su dorada carrera por los bares “gay” de donde saltó al teatro para convertirse en el más célebre interprete de papeles femeninos de su tiempo. Bailaban juntos, pero no llegaron a tener relaciones porque, según Maruyama, “Mishima no me parece atractivo, no es mi tipo”. Mishima tenía ciertas reservas con los bares “gay”. No eran más que nidos de periodistas en busca de escándalos y chantajistas que, como toda Ginza, estaban bajo la protección de los gangsters. A él, en particular, le disgustaban los hombres afeminados, su ideal era el tipo masculino como puede apreciarse en la siguiente descripción de un bar “gay” en Kinjiki: 

“Hombres bailando juntos, una extraña broma. Mientras bailaban, las sonrisas desafiantes que brillaban en sus caras decían: “No lo hacemos porque estemos obligados, no es más que una broma”. Mientras bailaban se reían, una risa de destructiva embriaguez”. Poco después Mishima le escribía a un amigo: “Ya no estoy yendo al Brunswick”. 

Lo mismo que Yuichi en Kinjiki, Mishima buscaba tanto la compañía de hombres como de mujeres. Según el dicho japonés era “de los que llevan dos espadas” (bisexual). Pero prefería a los hombres. 

Mishima o la visión del vacío, Marguerite Yourcenar

Colores prohibidos es una novela de apariencia tan chapucera que casi despierta la sospecha de haberse librado de la “producción comercial” sólo por el hecho de su tema. Como ocurre siempre en las obras de Mishima, los cálculos abundan en ésta, pero para desembocar en unas sumas que parecen erróneas. Estamos en los ambientes “gays” del Japón de posguerra, pero la presencia del ocupante sólo es vista a través de unos raros fantoches que buscan su placer; la fiesta de Navidad casi sacrílega, con gran refuerzo de whisky, que da un norteamericano riquísimo, lo mismo podría tener lugar en New Jersey que en Yokohama. El bar en donde se traman y se deshacen las intrigas es semejante a todos los bares. Yuichi, el joven hombre-objeto, pasa a través de inverosímiles embrollos, perseguido por unos títeres de ambos sexos. Poco a poco nos vamos dando cuenta de que esta novela-reportaje es una novela-cuento. Un ilustre y rico escritor, exasperado por las infidelidades de su esposa, se sirve de Yuichi como de un instrumento de venganza contra los hombres y las mujeres. La historia tiene un desenlace feliz a su propio nivel: Yuichi hereda una fortuna y va, alegremente, a que le limpien los zapatos. 



Extractos de "El Color Prohibido" de Yukio Mishima







El Color Prohibido, Mishima



A modo de sinopsis en el capítulo 28:


Yuichi era un marido “totalmente falso”, no sólo no amaba en absoluto a las mujeres, no sólo “traicionaba a su familia y engañaba a la sociedad”, sino que no le importaba romper la feliz unión del prójimo. Por más que fuese un hombre, se había convertido en juguete de los hombres. Antes había sido el favorito del ex conde Kaburagi y ahora era el amante del presidente de Automóviles Kawada. Pero eso no era todo. Aquel hermoso niño mimado había traicionado continuamente el favor de sus amantes de más edad y había abandonado, tras haber tenido relaciones con ellos, a muchos amantes más jóvenes que él, un centenar, como mínimo. “Y para que no haya ninguna duda, es preciso señalar que todos aquellos jóvenes eran de su mismo sexo.”

(Las frases entrecomilladas son las que Mishima pone en boca de Shunsuké)

1. El comienzo

- Podría decirse que la manera en que los artistas se ven obligados a falsear sus sentimientos es la opuesta a la manera en que las personas corrientes tienen que hacerlo. Los primeros mienten para revelar, los segundos para disimular.

- “Las mujeres están por todas partes y reinan como la noche. Sus hábitos alcanzan la cima de la bajeza. Las mujeres arrastran todos los valores por el fango de la sensiblería. Su comprensión de las teorías es nula. Entienden el significado de las palabras terminadas en “ista”, pero no las que concluyen en “ismo”. Y no se trata solo de las teorías. Como no tienen la menor originalidad, ni siquiera comprenden los ambientes. Lo único que perciben es el olor. Hozan como los cerdos. El perfume es un invento masculino con la finalidad educativa de pulir el olfato femenino. Gracias a él, los hombres han evitado que las mujeres los husmeen. 

La atracción sexual de la mujer, su instinto de coquetería, todas sus capacidades de seducción son otras tantas pruebas de su inutilidad. Lo que es útil no tiene necesidad de seducir. ¡Qué despilfarro es que el hombre deba sentirse atraído por la mujer! ¡Qué baldón para  la espiritualidad masculina! La mujer carece de espiritualidad, solo posee sensibilidad. Lo que se considera en ella la espiritualidad suprema es una contradicción absolutamente ridícula, una lombriz solitaria que se ha hecho a sí misma. La sorprendente grandeza que la maternidad alcanza a veces tampoco tiene nada que ver con el espíritu. Se trata tan solo de un fenómeno biológico y no tiene ninguna diferencia cualitativa con el abnegado amor que se observa en la maternidad animal. Lo característico del espíritu es esta diferencia cualitativa que distingue a los seres humanos de los demás mamíferos”. 

- Era un  joven de sorprendente belleza. La seducción que se desprendía de su cuerpo era suave, casi dubitativa, y evocaba no tanto una estatua griega de la época clásica como un Apolo esculpido en bronce por un artista de la escuela del Peloponeso. Su cuello se erguía con nobleza, las curvaturas de los hombros eran delicadas, el pecho ancho, los brazos de una elegante redondez, un torso cuyas líneas se estrechaban de improviso en la cintura y las musculosas piernas firmes como espadas. Se detuvo en el lugar donde rompían las olas y, torciendo un poco el cuerpo, volvió la cabeza a fin de examinarse el codo izquierdo, que sujetaba con la mano derecha. El reflejo de las olas que se retiraban de sus pies iluminó entonces el perfil inclinado que parecía sonreír y a cuya hermosura contribuían las cejas delgadas y vivaces, los ojos profundos y melancólicos, la frescura de los labios más bien carnosos. La línea perfecta de la nariz y las recias mejillas daban a su rostro el aire de un animal que aún no conoce más que la nobleza y el hambre. Y esto, junto con la mirada oscura y fría, los dientes blancos y fuertes y la languidez con que movía los brazos de un modo inconsciente, aumentaba todavía más su aspecto de joven lobo. Sí, las suyas eran las bellas facciones de un lobo.

La suave redondez de sus hombros, la inocencia que revelaba el pecho demasiado expuesto en su desnudez, el encanto de los labios… todo ello poseía una dulzura extraña e inexplicable. De las delicadas líneas de aquel cuerpo juvenil irradiaba una fragancia que evocaba la “dulzura prerrenacentista” a la que se refirió Walter Parker al hablar del delicioso relato del siglo XIII Amis y Amile, signo precursor de un potente, vasto y misterioso despliegue más allá de todo lo imaginable. 

- Shunsuké había pasado su juventud dominado por el imperioso deseo de ser joven. ¡Qué estupidez! Es cierto que en la juventud nos acosan los deseos y la desesperación, pero por lo menos no nos damos cuenta de que nuestros sufrimientos son los propios de la juventud. 

- “El placer es un invento trágico del hombre, y es preciso que no sea nada más.”


2. El contrato del espejo

- Lo primero que ha de hacer el arte es violar las reglas de la realidad. Y ha de ser así a fin de que pueda existir por sí mismo. 

- “Un hombre puede casarse incluso con un tronco o con una nevera. El matrimonio es una invención humana, una faena que entra dentro de las cosas que puede  realizar un ser humano y para la que no es necesario el deseo. Desde hace un siglo, por lo menos, los hombres se han olvidado de actuar de acuerdo con sus deseos. Piensa que tu pareja es un leño, un cojín o un costado de ternera suspendido de una viga en la carnicería; de ese modo no tardarás en sentir un deseo ficticio que te permitirá satisfacerla y hacerla feliz. Sin embargo, procurar placer a una mujer es exponerte a cien sinsabores sin un solo beneficio. Lo único importante es no reconocer que tiene una vertiente espiritual ni admitir tampoco que tú la tienes. Es preciso considerar al otro miembro de la pareja como un objeto.”

- “Me gustaría que vivieras de nuevo mi juventud, pero a la inversa de como la viví yo. En una palabra, me gustaría que te convirtieras en mi hijo y me vengaras.”

- “Si existe en este mundo una mujer que no se enamore de ti a primera vista, me gustaría verla.”

- “Tienes que entregarte sin reservas al amor de los hombres, a fin de que no encuentres nunca la estabilidad conyugal.”

3. El matrimonio de un buen hijo

- A Yuichi se le ocultaba la frecuencia con que los hombres que aman a otros hombres se casan y son padres. Tampoco sabía que la mayoría de ellos contribuyen involuntariamente a la felicidad conyugal, gracias a sus íntimas tendencias. Saturados hasta la náusea, con su esposa, del inoportuno baquetazo que es el sexo contrario, jamás se inclinan hacia otras mujeres. Muchos hombres que pasan por ser buenos maridos pertenecen a este gremio. Cuando tienen hijos, se comportan como madres más que como padres. Las mujeres que han padecido la infidelidad de su marido deben recurrir a este gremio para volver a casarse. La vida conyugal de esos hombres constituye en cierta manera una feliz destrucción de sí mismos, una destrucción apacible y flemática, pero en el fondo espantosa. En última instancia, los maridos que pertenecen a este gremio sólo pueden contar con su propia convicción de que serán capaces de controlar cínicamente en todo momento los detalles de su vida “humana”. Resulta difícil imaginar un marido más cruel para una mujer. 

- Le asustó la idea de que un muchacho apenas entrevisto le hiciera sentirse celoso. 

4. Efecto de un incendio lejano visto en el crepúsculo

- En aquel instante imaginó que era el doble de su propio cuerpo. En la oscuridad de la habitación, los dos jóvenes se fueron convirtiendo gradualmente en cuatro. Al abrazo en que se fundían el Yuichi real  y la Jasuko transformada en varón se sumaba el del Yuichi ficticio capaz de amar a una mujer y la Yasuko real. Esta doble ilusión le sumía momentáneamente en una gozosa entonación que pronto cedía el paso a un profundo hastío. Más de una vez cruzó por la mente del joven la imagen del campo deportivo de su escuela, vacío después de las clases. Se lanzó a un abismo de éxtasis y, gracias a ese suicidio instantáneo, pudo consumar el acto. Sin embargo, a partir del día siguiente, el suicidio se convirtió en un hábito. 

- El pie de la ilustración decía: “¡Conserve el recuerdo de una noche de otoño en nuestro hotel!”. Estos anuncios dolían a Yuichi. Sin poder evitarlo, le obligaban a pensar que la sociedad se basaba en la heterosexualidad, ese principio, enojoso hasta la exasperación, establecido por la mayoría. 

- Más tarde, tras haberse asegurado de que el hombre había entrado en los lavabos, Yuichi salió de la librería y cruzó a paso vivo la avenida, sorteando los numerosos automóviles que circulaban por ella. La entrada de los lavabos estaba oscurecida por la sombra de los árboles. Sin embargo, había un rumor, un sonido de pasos sigilosos, una agitación secreta, una atmósfera de congregación invisible. Si se hubiera tratado de un banquete, uno lo habría adivinado en seguida, por más que puertas y ventanas estuviesen cerradas, al oír el vago sonido de la música, los ruidos producidos por la vajilla o el descorche de las botellas. Pero allí no había más que unos hediondos lavabos. Y Yuichi no veía a nadie.

Entró en los lavabos húmedos y oscuros. Entonces vio lo que, en se ambiente, se denomina la “oficina” (en Tokyo existen cuatro o cinco famosas oficinas de esa clase), con sus actividades cotidianas, en la oscuridad y el silencio, sus acuerdos tácitos “de negocios”, guiños de ojos en lugar de carpetas, leves gestos en vez de máquinas de escribir, códigos secretos a modo de teléfono. En realidad, poco fue lo que vio Yuichi. Alrededor de una decena de hombres, demasiados a aquella hora, intercambiaban discretas miradas. 

Todas las miradas convergieron en Yuichi. Muchos ojos brillaron, patente en su expresión la envidia que sentían. El apuesto joven temblaba de miedo, como si todas aquellas miradas fuesen a despedazarlo. Por un momento sintió pánico, pero en los movimientos de los hombres había cierto orden. Parecía como si la fuerza con la que se controlaban mutuamente limitara la rapidez de sus gestos. Se movían como algas entrelazadas que poco a poco fueran separándose en el agua. 

- A las parejas de enamorados que durante el día o en el crepúsculo paseaban por aquellos senderos no se les habría ocurrido jamas pensar que, unas horas más tarde, el mismo lugar tendría una utilidad completamente distinta. Podía decirse que, en cierto modo, el parque cambiaba de rostro. La mitad de ese rostro, oculta durante el día, aparecía entonces en toda su monstruosidad. Como en el último acto de una obra teatral en el que el banquete humano acaba siendo un banquete de brujas, el mirador donde por el día las parejas, al salir del trabajo, se sentaban a charlar tranquilamente por la noche se merecía el nombre de Gran Teatro. la escalera de piedra que a los alumnos de primaria que han salido de excursión se les antoja demasiado empinada y que han de subir corriendo para no quedarse rezagados cambia de nombre para convertirse en “salida a escena de los hombres”. El largo camino bajo los árboles, al fondo del parque, se transformaba en “sendero de las miradas”. Todas ellas apelaciones, con aire de nocturnidad. Los agentes de policía encargados de la vigilancia del lugar, que no intervienen porque no hay ninguna ley que permita reprimir lo que sucede en el recinto del parque, conocen bien esos nombres. Tanto en Londres como en París, los parques tienen esa finalidad entre todas las demás. 

- Aquellos seres, en cuyo ánimo se mezclaban el anhelo, el deseo de elegir, la búsqueda, la ensoñación, el abatimiento, el extravío, la pasión estimulada por la droga de la costumbre, el apetito carnal, al que una enfermedad incurable de raíz estética había vuelto monstruoso, aquellos seres iban y venían, intercambiando tristes miradas bajo la débil luz de las farolas. Con los ojos muy abiertos en la oscuridad de la noche, uno dirigía a otro sus miradas ardientes. Brazos que se rozaban en un recodo del sendero, hombros que se tocaban ligeramente, cabezas que se volvían por encima del hombro, el murmullo del viento nocturno entre las ramas, en el momento en que dos desconocidos, tras haberse cruzado lentamente, retrocedían el uno hacia el otro…

- En el hotelucho donde pasaron tres horas, Yuichi tuvo la sensación de hallarse bajo una cascada de agua hirviente. Libre de toda represión, su alma se sumió en la embriaguez, experimentó el placer de la desnudez total. En el momento en que su alma se despojó de sus trabas artificiales, el éxtasis de Yuichi alcanzó tal intensidad que casi parecía como si ya no quedara espacio para su cuerpo.

A decir verdad, no era Yuichi quien había comprado al muchacho, sino al revés. Podría decirse que un hábil vendedor había comprado a un torpe cliente. La habilidad del camarero llevó a Yuichi a un paroxismo de placer. El reflejo de los letreros de neón que se filtraba a través de las cortinas de la ventana evocaba un incendio. En aquella luminosidad rojiza se alzaba, como dos escudos, el hermoso y viril pecho de Yuichi. Las corrientes de aire nocturno habían afectado a su piel alérgica y en varios lugares del pecho aparecían manchas de urticaria. El muchacho exhaló un suspiro y se las besó una tras otra. 

- “Cuando pienso en mi cuerpo tendido junto al de ese muchacho -se dijo Yuichi-, ¡qué lamentable me parece que ahora esté tendido junto al de Yasuko! No es ella quien se me entrega, sino yo quien se entrega a ella, y gratuitamente. Soy una prostituta que no cobra.”

Esta manera de pasar, degradándose a sí mismo, lejos de atormentarle, como en el pasado, más bien le divertía. Pronto la fatiga le permitió conciliar el sueño, como le sucedería a una puta perezosa. 

5. Los primeros pasos hacia la salvación

- Con frecuencia, si uno lleva a la práctica una idea fija, logra curarse de ella. Pero, si bien se cura de la idea, no así de su causa. 

- El hermoso joven le siguió, envuelto por los olores a polvo, a fileteado de oro, a cuero y a moho. Shunsuké tuvo la sensación de que los millares de libros que formaban su imponente colección se ruborizaban de pudor. Ante la vida, ante una obra de arte de carne y hueso, todos aquellos libros se avergonzaban de su vano aspecto. 

- ¿Sabes qué es lo que, en la época medieval japonesa, corresponde a la adoración de la Virgen en le Edad Medieval europea? -le preguntó Shunsuké. Como sabía que la respuesta del muchacho sería negativa, prosiguió-: Es la adoración de los muchachos. En aquel entonces quienes ocupaban los lugares de honor de los banquetes eran jóvenes, los primeros en recibir la taza de sake de manos del señor. 

6. Las tribulaciones de las mujeres

- En general, el divorcio sólo tiene lugar cuando no lo quiere uno de los cónyuges. 

- Cuando uno se convence de que, al enamorarse, resulta tremendamente vulnerable, la idea de haber vivido hasta entonces desconocedor de esta verdad le hace estremecerse. Por esta razón el amor vuelve virtuosas a ciertas personas. 

- “El ser humano ama sobre todo aquello que se le resiste”.

- Si había percibido con tanta lucidez los asuntos humanos en su obra literaria, era precisamente porque estaba muerto cuando creaba. 

- Shunsuké se preguntó por qué esa clase de personas siempre hablan de arte para ocultar su fealdad y sus agravios contra el mundo. 

- La desdicha entrevista a través de una ventana es más bella que la que puede verse en el interior, pues no es frecuente que la desdicha penetre por la ventana para abalanzarse sobre nosotros. 

- El mero hecho de ponerse los guantes confiere a una persona un aire pensativo. 

7. Entrada en escena

- Desde hacia veinte años, Rudi era todo un personaje en Ginza. Antes de la guerra, en el barrio de Ginza Oeste, tenía un bar, el Blues, donde, además de las camareras, había dos o tres guapos chicos que ya atraían a los homosexuales. Éstos poseen un instinto animal para detectar a sus congéneres. De la misma manera que el azúcar atrae a las hormigas, a ellos no se les pasa por alto que en un lugar en apariencia tan ajeno a su ambiente se encuentra lo que andan buscando. 

- Se decía de Rudy que cada mañana dedicaba un par de horas a maquillarse. También tenía un hábito inocente, característico de los homosexuales, el de decir continuamente “Qué molesto es que todos los hombres me miren”, y había llegado a la conclusión de que cuantos le miraban eran homosexuales. Sin embargo, hay que señalar que incluso los niños que iban al parvulario volvían la cabeza estupefactos al verlo pasar. Aquel cuarentón llevaba una chaqueta circense y estaba muy orgulloso de su magnífico bigote, como el del actor británico Ronald Colman, pero, cuando se lo recortaba con demasiada rapidez, era más espero en un lado que en el otro o estaba ladeado. 

- Cada vez que entraba alguien, las miradas de los clientes convergían en el recién llegado. Siempre existía la posibilidad de que la forma ideal se corporeizara de repente al abrirse la puerta de vidrio, pero en general el brillo de los ojos se apagaba y aparecía en ellos la decepción. La evaluación era instantánea. Si al entrar en el local un joven cliente no sonara la música y las voces de los parroquianos llegaran a sus oídos, los comentarios le dejarían estupefacto: “Bah, es muy poca cosa”, “como ése los hay a porrillo”, “con esa nariz tan pequeña, seguro que su herramienta también es minúscula”, “no me gusta nada la manera en que le pende el labio inferior”, “esa corbata que lleva no está nada mal, ¿eh?”, “pero su atractivo sexual es igual a cero”. 

- En nuestros días, el recogimiento religioso que comporta la espera de un milagro puede saborearse de una manera más pura y directa entre el humo de tabaco de un club de homosexuales que en una iglesia. 

- Dice Havelock Ellis que la fuerza masculina cautiva a las mujeres, pero que carecen de opinión sobre la belleza masculina y, puesto que su insensibilidad raya en la ceguera, su criterio al contemplar la hermosura viril no difiere gran cosa del que tiene el hombre normal. Según este autor, solo los homosexuales son sensibles a la belleza del cuerpo masculino, y hubo que esperar la aparición de un homosexual como Winckelmann para que se estableciera un sistema de la estética masculina en la escultura griega. Cuando un joven en principio normal ha recibido las apasionadas alabanzas de un homosexual (las mujeres son incapaces de conceder a un hombre tales elogios carnales), se convierte en un Narciso soñador. Se explaya en su belleza, objeto de tales alabanzas, se forma una imagen ideal basada en las ideas estéticas de los hombres en general y se convierte en un homosexual con todas las de la ley. En cambio, los homosexuales de nacimiento acarician ese ideal desde la infancia. Su ideal se asemeja a los ángeles, en los que no existe diferencia entre la carne y el espíritu, lo cual es, en el fondo, el ideal de la teología oriental, que constituye el modelo perfecto de la sensualidad religiosa a través de la llamada purificación alejandrina. 

- Se dice de los homosexuales, que sus semblantes están marcados por la melancolía. En su mirada conviven la coquetería y el frío cálculo. Mientras que en el caso de las mujeres hay que distinguir entre la mirada seductora que dirigen a los hombres y la mirada evaluadora que dirigen a las demás mujeres, en los homosexuales ambas miradas se dan de forma simultánea. 

8. Una jungla de sensibilidades

- Yuichi nadaba entre las miradas sensuales, las miradas fijas en él como las que suscita una mujer a la que los hombres entre los que pasa desnudan de inmediato. Aquellas expertas miradas no solían equivocarse al efectuar su evaluación. El pecho ancho y discretamente musculoso del que Shunsuké tuviera un atisbo entre el rocío del oleaje en la orilla del mar, el tronco impoluto, terso, ahusado de improviso, las piernas largas, esbeltas y vigorosas y, coronándolo todo, como en una estatua de un pureza fuera de lo corriente, la cabeza de un hermoso joven de estrechas y viriles cejas, ojos oscuros, labios de adolescente y dientes blancos y regulares, poseía la belleza de la armonía potencial que unía lo visible a lo invisible, tan perfecta como las proporciones de la sección áurea. La belleza perfecta ha de estar unida  a la perfección del cuerpo desnudo, y los fragmentos dispersos son la promesa de una obra de arte reconstruida.

- Hundió los blancos dientes en la fruta y la nata. El espectáculo agradó tanto a Eichan que experimentó el placer de imaginar que le engullía a él. 

- El cliente de edad mediana fingía estar bebido, pero la transparencia del deseo ardiente de sus ojos fijos en Yuichi desmentía el papel que representaba. 

- Yuichi trató de imaginar cuatro años de vida en común con el muchacho que tenía delante. ¿Qué explicación tenía su certeza de que a lo largo de aquellos cuatro años el placer que habían compartido dos días antes no se repetiría?

- El cuerpo de un hombre es como el brillo de una llanura luminosa de la que se tiene una perfecta perspectiva. A diferencia del cuerpo femenino, no ofrece el asombro de descubrir un pequeño manantial en cada paseo, como tampoco una mina, donde, al adentrarse uno, percibe cristalizaciones. Todo es exterior, la encarnación de la pura belleza visible. Uno pone todo su amor, todo su deseo en la primera curiosidad ardiente, y luego el amor invade el espíritu o se desliza alegremente sobre otro cuerpo.

- ¡Qué crueldad comportaba esa acción de ver!

- Esta clase de rumores galantes se difundían con rapidez entre la gente del gremio. Como sucede en una sociedad secreta, esos rumores no se filtraban jamás al exterior, se propagaban con una fuerza asombrosa, lo cual imposibilitaba guardar un secreto de alcoba porque el noventa por ciento de las conversaciones cotidianas giraban en torno a lo que sucedía en las habitaciones de unos y otros. 

- Soñaban con el día en que la verdad del amor hacia otro hombre invertiría la verdad del amor de un hombre hacia una mujer. ¿Quiénes, aparte de los judíos, podrían igualarlos en su perseverancia? ¿No se parecía su raza al pueblo judío en la medida en que tenían una fijación singular en un ideal encarnecido?

- A los hombres que se extraviaban en esa jungla les afectaban las emanaciones nocivas y se convertían en monstruos de espantosa sensibilidad. Nadie tiene derecho a reírse. Aunque exista una gradación en el universo homosexual, ningún hombre se resiste por completo a la fuerza misteriosa que lo arrastra a su pesar al arroyo de la sensibilidad. Algunos buscan apoyos a los que asirse y se aferran a las diversas superestructuras del espíritu masculino, los negocios, la actividad intelectual, el arte, pero nadie escapa al diluvio de la sensibilidad en el que se va sumiendo gradualmente y ninguno puede olvidar que un vínculo secreto le une a esas aguas fangosas. Nadie puede sustraerse a la húmeda proximidad del gremio. En ocasiones, algunos han tratado de huir, pero al final han tenido que volver a esos húmedos apretones de manos, a esos guiños viscosos. Tales hombres, que esencialmente carecen de las cualidades necesarias para mantener un hogar, sólo pueden atisbar el brillo, del fuego hogareño en esas sombrías miradas que les dicen:  “Tú también eres de los nuestros”. 

9. Celos


- Shunsuké despreciaba al público que asistía a las conferencias, un público entre el que reinaba la misma confusión que en la fotografía actual, donde existe el método de esperar la ocasión, el método de cogerte desprevenido, el respeto a la naturalidad, la fe en la verdad desnuda, la sobrestimación de lo cotidiano, el interés por lo anecdótico.


- “La creencia en que la belleza impone el silencio ha acabado por pertenecer al pasado. La belleza ya no impone el silencio. Incluso si la belleza pasa en medio de un banquete, los comensales no interrumpen sus conversaciones. Quienes de ustedes hayan visitado el templo Ryoanji de Kyoto habrán visto su jardín de rocas y grava. Ese jardín no plantea ningún problema difícil: es, pura y simplemente, la belleza. Es un jardín que te fuerza al silencio. Pues bien, lo que resulta ridículo es que quienes visitan hoy el jardín no se quedan satisfechos con ese silencio. Pretenden que es preciso hacer un comentario y hacen muecas como si se esforzaran por sacarse un haiku de la cabeza. La belleza ha terminado por recurrir a la verborea. Colocado ante la belleza, uno ha acabado por sentirse obligado a expresar en seguida sus impresiones. Ha acabado por experimentar la necesidad de adjudicarle cuanto antes un valor monetario… La capacidad de poseer la belleza por medio del silencio, esa capacidad suprema que exige un sacrificio, se ha perdido.”

- “La función de la crítica no consiste ahora en la imitación de la belleza, sino en su evaluación.”

- “Ha dado comienzo la producción en serie de la belleza. Y de esta manera la belleza ha amontonado invectivas sobre esas innumerables bellezas falsas que, en esencia, tienen el mismo origen que ella…”

- “No solo la belleza impone el silencio, sino también la indiferencia”. 

- “La belleza te quema los dedos cuando la tocas”. 

- “Comprendo la desazón del espía. El espía no debe hacer caso de su deseo para actuar, pues de lo contrario todos los actos que realiza por su patria serían triviales.”

- “Dos hombres no pueden mancharse, y si practican el amor de una manera tan dolorosa es por la desesperación de no lograrlo”.

- “Al hacernos mayores interiorizamos la vergüenza. En cambio, a los jóvenes se les ve la vergüenza en la piel”. 

10. Azar falso y azar verdadero

- Cuanto más intenta un corazón el acercamiento, tanto más parece alejarse el otro corazón. 

- Al mirar a aquella mujer que, embriagada por el placer de dar, se entregaba a la trivialidad de encargarle un traje a medida, su cara le parecía simiesca. La belleza no habría variado su percepción, porque realmente aquel joven veía un simio en toda mujer. 

- El hombre pensante siempre parece lleno de misterio a los ojos de una mujer. La mujer está hecha de tal manera que jamás podrá decir, aunque la maten: “Mi comida favorita es la carne de serpiente”. 

11. La vida cotidiana

- Cuando uno piensa en la felicidad ajena, sueña sin darse cuenta en la manera de alcanzar su propia felicidad, lo cual, a fin de cuentas, le hace ser más egoísta que si se ocupara tan sólo de su felicidad. 

- En todo hogar se incuba una desgracia. El viento favorable que impulsa a un velero por el rumbo correcto es, en lo fundamental, el mismo que, convertido en vendaval de tormenta, lo hace naufragar. 

- La desdicha de unos constituye en cierta medida la felicidad de otros. 

- No podemos tener la experiencia de la muerte. Sin embargo, de vez en cuando, tenemos la posibilidad de experimentar la muerte. La experimentamos por medio de la idea de la muerte, la de una muerte en la familia, la de un ser querido. En una palabra, la muerte es el único estilo de vida. 

- En Oriente, la muerte está claramente más viva que la vida. 

- Es natural lo que nace y no lo que ha sido creado. La creación es una función que hace dudar a la naturaleza de sus orígenes, pues, en definitiva, la creación es el método de la naturaleza. 

- En el Rudon, donde se citaba a menudo con Yuichi, Shunsuké fingía ser del gremio. Se había familiarizado con la jerga del medio y tenía una gran conocimiento de los sutiles significados de las miradas. Una pequeña aventura sentimental le satisfizo. Un muchacho de rostro melancólico declaró su amor a aquel viejo cuyas facciones carecían del menor atractivo. Su tendencia, singular como ninguna otra, le hacía sentirse atraído tan sólo por hombres mayores de sesenta años. 

- Shunsuké empezó a presentarse de vez en cuando en los cafés y restaurantes occidentales acompañado de esa clase de muchachos. Observó que la evolución de los chicos desde la adolescencia hasta la edad adulta era tan sutil como la evolución de las tonalidades del sol poniéndose de un segundo a otro. El paso a la edad adulta era el crepúsculo de la belleza. De los dieciocho a los veinticinco años tiene lugar un cambio progresivo en los jóvenes. El primer signo precursor del crepúsculo, la hora en que las nubes se colorean delicadamente como frutas, eso es lo que simboliza en los chicos entre dieciocho y veinte años los matices de sus mejillas, la finura de su cuello, la sombra fresca y azul de su nuca rasurada, sus labios gordezuelos, femeninos. Más adelante, el crepúsculo alcanza su apogeo, las nubes se inflaman con mil colores y el cielo expresa una alegría desbordante: esa hora significa la culminación de la juventud, comprendida entre los veinte y los veintitrés años. La mirada se vuelve entonces esquiva, las mejillas se consolidan, la boca expresa con firmeza una voluntad viril, pero el pudor que todavía vela sus mejillas, la suavidad del trazo de sus cejas conservan aún la huella de la belleza efímera y frágil de la adolescencia. 

- “La moral de los seres bellos consiste en poder sustraerse a todo deber. La belleza no tiene tiempo de ser responsable cada vez que se manifiesta la influencia de su fuerza imprevisible. La belleza no tiene tiempo de pensar en la felicidad, y todavía menos en la felicidad ajena… Pero es precisamente por eso por lo que la belleza tiene le poder de hacer feliz a quien está preparado para morir sufriendo”.

- “La expresión es el acto que consiste en pasar por encima de la realidad, traspasarla y darle el golpe de gracia. Sin embargo, la expresión se convierte siempre en heredera de la realidad. Lo que llamamos realidad se deja mover por lo que ella pone en movimiento y se deja dominar por lo que ella domina. Por ejemplo, el responsable más característico que pone en m movimiento y domina la realidad es el ‘pueblo’. Pues bien, cuando se trata de la expresión, no es posible ponerla rápidamente en movimiento. Eso es algo que incumbe a los ‘artistas’. Tan sólo la expresión puede dotar de realidad a la realidad. Y la realidad no está en la realidad, sino solamente en la expresión. Comparada con la expresión, la realidad es más abstracta. En el mundo de la realidad no hay más que una acumulación heterogénea de seres humanos, de hombres, mujeres, novios, familias, etc. La expresión toma el núcleo de la realidad, sin permitir que ésta le tienda trampas. La expresión se refleja en la superficie del agua de la misma manera que una libélula revolotea a ras de la superficie y pone sus huevos en ella sin que nadie lo note. Y las larvas, a la espera del día en que emprendan el vuelo, crecen en el agua, aprenden los secretos del agua, mientras desprecian el universo acuático. Tal es la tarea de los seres como tú… ¿Qué tiene de original un hombre y una mujer que se aman? En la sociedad moderna, la participación del instinto en las motivaciones del amor es cada vez más frecuente. El hábito y la imitación están presentes incluso en el primer impulso. ¿De qué crees que es una imitación? Una frívola imitación del arte. Muchos hombres y mujeres jóvenes están persuadidos de que el verdadero amor sólo radica en el arte y el que ellos viven no es más que una torpe imitación, por idiota que esto parezca”. 

12. Gay party

- Gay significa homosexual en la jerga norteamericana. 

13. Cortesía

- Notubaka Kaburagi era un genio de la seducción. Hasta entonces, a los cuarenta y tres años de edad, había tenido más de mil relaciones íntimas con hombres. No podía decirse que la belleza fuese lo que le impulsaba al desenfreno, sino más bien el temor, un miedo que le hacía estremecerse. Quien se entrega a los placeres de ese gremio sufre una especie de desequilibrio suave, tal como lo describiera Saikaku: “Abandonarse al amor con los muchachos es hacer como un libro que se acuesta sobre un lecho de flores que se están marchitando”. Nobutaka buscaba siempre nuestros estreñimientos. O más bien, sólo la novedad le hacía estremecerse. No recordaba haber evaluado nunca la belleza ni realizado comparaciones minuciosas. Lo mismo que un rayo de luz, la pasión sólo ilumina un lapso de tiempo y un fragmento de espacio. En aquel momento, Nobutaka se sentía irresistiblemente atraído, como a un suicida le atrae un precipicio, por una brecha de novedad en el exterior continuo de la vida establecida. 

- El infierno homosexual es el mismo que el de las mujeres: la “vejez”. 

- Quien ama un ideal espera a su vez que el ideal le ame. 

- “La belleza que crees observar en otro sólo se explica por tu ignorancia de ti mismo, por la ignorancia y el malentendido. La belleza que crees descubrir en otro se encuentra ya en ti. No tienes necesidad de descubrirla en otro hombre. Si amas a otro es que no te conoces a ti mismo. Por tu mismo nacimiento, has alcanzado ya la cima de la perfección”. 


14. Independencia


- Llegó el Año Nuevo. De acuerdo con la tradición nipona, según la cual los japoneses cuentan un año más de edad desde el primer día del año, Yuici tenía ahora veintitrés.

- Los viejos no creen en el futuro, por la fuerza de la inercia que les han inculcado los años, mientras que los jóvenes carecen de esa inercia de la edad.

15. Un domingo sin nada que hacer

- El domingo es siempre un día triste para los homosexuales, pues el mundo diurno, que no es su territorio, se impone por completo. 

- En la vida trazamos el rumbo hacia el que pensamos que es el mal menor, pero la satisfacción que nos procura ese instante se mezcla con el placer de humillar nuestros deseos más ardientes y más difíciles de colmar, en el fondo del corazón, y nos contentamos con decirnos que es un mal menor. 

17. A tu aire

- El noventa por ciento de los éxitos de este mundo se logran a expensas de la juventud. La armonía clásica entre la juventud y el éxito tan sólo subsistía en el mundo de los Juegos Olímpicos, pero se basaba en un sutil principio de ascetismo cuyos componentes eran la abstinencia y la austeridad. 

- ¿Qué es la moral? ¿Puede calificarse como inmoral el gesto de un pobre que, con el pretexto de que el otro es rico, le arroja una piedra? ¿No es acaso la moral un principio creativo que anula la razón particular al universalizar el sistema de las causas? Por ejemplo, en nuestro días, la piedad filial es moral, y lo es tanto más cuanto que su causa ha desaparecido. 

19. Mi cómplice

- Tenía la sensación de que para morir ya había pensado demasiado en la muerte. Cuando uno comienza a experimentar ese sentimiento, la muerte se le escapa, pues el suicidio, tanto si es noble como vil, es un acto perpetrado por el pensamiento sobre mi mismo, y no existe suicidio que no esté acompañado por un exceso de pensamiento. 

- Para mantenerse a la altura de Yuichi, confesaba sus pecados. Para igualar los vicios de Yuichi, detallaba minuciosamente los suyos propios. Como para demostrar que un vínculo de sangre le unía al joven, semejante a una madre que, para proteger a su hijo, se declara culpable, revelaba todas sus malas acciones, sin preocuparse por la influencia que tendría esta confesión sobre el muchacho. 

- A menudo interpretamos las crueldades de una suegra hacia su nuera como el impulso desesperado de una madre que intenta ser menor digna del amor de un hijo que ya no la ama. 

- Entregarse sin amor, si a un hombre le resulta tan fácil, ¿por que le es tan difícil a una mujer? ¿Por qué sólo a las prostitutas se les permite conocer eso?

- Eras el amante que no me amaría jamás. Por eso te amaba y sigo amándote.

- “Es cierto que las mujeres no tienen talento, pero esto es una buena prueba de que en determinadas circunstancias poseen una cualidad que puede sustituir a la inteligencia. Me refiero a la obsesión.”

20. La desgracia de la mujer es la desgracia del marido

- “ Eso que llaman emoción tiende a cometer errores, como una guapa esposa. Eso está hecho para dar lástima al corazón de un hombre vulgar”.

- “En este mundo no existe ninguna emoción fuera de la sensualidad. No hay pensamiento ni idea que, si están desprovistos de sensualidad, sean capaces de emocionar. Aunque a uno le emocione la parte vergonzosa del pensamiento, finge que le emociona el sombrero del pensamiento, como un hombre vanidoso. Más vale entonces prescindir de una palabra tan ambigua como lo es ‘emoción’.”

- El amor, como sucede con las enfermedades febriles, tienen un largo periodo de incubación, durante el cual las distintas sensaciones de malestar son síntomas del mal. El resultado es que el enfermo no cree que exista ningún problema que no sea reductible a la enfermedad. Estalla la guerra. ¡Es la fiebre!, dice jadeante. El filosofo se esfuerza tratando de resolver los sufrimientos del mundo. ¡Es la fiebre!, exclama, presa de su febril ardor.

- La victoria está siempre del lado de la mediocridad. 

- Si me pides que te bese los zapatos, te obedeceré.

  ¡Deja de hacer teatro, por favor!

  Tal vez un hombre como Nobutaka sólo se muestra tal como es cuando hace esa clase de teatro. Se arrodilló en la acera, ante una pastelería que tenía bajada la puerta metálica. Tomó entre sus manos un pie de Yuichi y le besó el zapato. El olor del betún le sumió en el éxtasis. 

21. Chuta envejecido

- La mesa es un mueble extraño. Cuando se sienta a su mesa, el novelista tiene la sensación de que le aprieta entre sus brazos y le resulta difícil zafarse. 

- La obra de arte no debe jamás pertenecer a su creador. 

- Los circunloquios formales para seducir a un hombre son totalmente distintos del método empleado con una mujer. Las ilimitadas sinuosidades de los placeres hipócritas de la heterosexualidad les están vedados a los homosexuales. 

22. El seductor

- Que el compañero sea hermoso es la prueba objetiva más directa de la belleza de la pareja. 

- Era un establecimiento frecuentado por estadounidenses y judíos que habían fracasado en las colonias. Estos clientes, acostumbrados a conseguir ganancias ilícitas durante la Segunda Guerra Mundial, la ocupación y la guerra de Corea disimulaban bajo sus chaquetas bien cortadas los aromas de los diversos países asiáticos por los que habían vagabundeado.

- A una mujer no se la conquista jamás. ¡Jamás! De la misma manera que un hombre puede llegar a la violación por respeto a una mujer, una mujer puede entregarse a un hombre para demostrarle el desprecio absoluto que le inspira. 

23. Los días que maduran

- Existía una razón de esa serenidad: sólo se interesaba por lo que sucedía en su interior. 

24. Diálogo

- Un autor no es responsable de las ilusiones que origina su obra ni de la fascinación que provoca.

- “Los griegos tenían el don excepcional de hacer que apareciera plásticamente la belleza del interior como una estatua de mármol. Luego el espíritu fue envenenado, adulado por un amor sin sensualidad, profanado por un desprecio sin sensualidad. El bello y joven Alcibíades, incitado por la sabiduría de Sócrates, que era una forma de atracción sensual para la interioridad, durmió apretado contra él, bajo el mismo manto, con la esperanza de que, al excitar su deseo, aquel hombre feo como el sátiro Sileno le amara. 

26. La llegada del verano tras la embriaguez

- Yuichi se había convertido en cliente habitual de varios bares del estilo del Rudon, en uno de los cuales el noventa por ciento de la clientela era extranjera. Entre ellos había incluso un miembro del servicio de contraespionaje estadounidense vestido de mujer. Llevaba un chal en los hombros y coqueteaba con todos los clientes. 

- Habló del número de hombres que hasta entonces lo habían solicitado. Resultaba un poco insistente, pero esa manera de presentarse era característica de los homosexuales.

- El vicio que ha perdido su brillo es cien veces más tedioso que la virtud que ha perdido su brillo.

- ¿Por qué el amor entre hombres es tan efímero? ¿No será que el simple sentimiento de pura amistad que reaparece tras el acto es la escena de la homosexualidad? ¿No está el deseo destinado a producir ese estado de soledad en el que, una vez ha sido satisfecho, cada uno vuelve a ser un simple individuo del mismo sexo que el otro? Los miembros de esta tribu quieren convencerse de que se aman porque son hombres, pero la realidad es más cruel: ¿no será que al amarse reconocen al fin que son hombres? La conciencia de esos seres incluso antes de que se amen contiene algo de enorme ambigüedad. Su deseo está más cerca de la sensualidad que de una aspiración metafísica. ¿Qué es?

- Sin embargo, lo que descubrían por todas partes era el deseo de huir. En los relatos homosexuales de Saikaku, los amantes no encuentran más salida que el retiro en un templo o el doble suicidio. 

- El que ama es tolerante, y el amado siempre es cruel. 

- Lo que vuelve cruel a un hombre es sobre todo la conciencia de ser amado. La crueldad de quienes no son amados carece de importancia. Los llamados humanistas siempre son feos. 

- La negación es un instinto de la juventud, pero el consentimiento no lo es jamás. 

- Los nuevos descubrimientos del deseo del pueblo son el totalitarismo y el comunismo, cada uno de los cuales demuestra su intención de distinta manera, pero el primero ha intentado concentrar, haciéndolo revivir, el deseo deteriorado del pueblo, encendiendo una llama por medio de una filosofía similar a un excitante artificial. El nazismo tenía honda comprensión con el deterioro. Yuichi se veía obligado a compartir el profundo pensamiento sobre ese deterioro dentro de la organización de las juventudes hitlerianas a las que pertenecían hermosos jóvenes, y en la mitología artificial del nazismo y los principios ocultos de la homosexualidad. Por otro lado, el comunismo se ha concentrado en la observación del deseo pasivo que pertenece en el fondo del deseo deteriorado y el nuevo e intenso deseo de los pobres acentuado por el mecanismo económico del capitalismo, y de esta manera el temor a una tendencia que se remonta a diversos elementos económicos primitivos ha provocado en Estados Unidos una moda de estudios de análisis psicológicos en absoluto ortodoxa. El aspecto masturbatorio de esta moda consiste en creer que se ha encontrado la solución por medio del análisis, buscando el origen del deseo. 

- Hoy en día, cuando en la sociedad democrática no hay más que hipocresía, una vez desaparecida la bondad, es el momento en que la maldad puede aportar de nuevo su energía. Yuichi creía en la fuerza de la fealdad que había visto con sus propios ojos, y pretendía situar esa fealdad al lado de los numerosos deseos del pueblo. La nueva ética del comunismo destacaba al lado de la ética civil muerta de la sociedad democrática, pero las abundantes maldades de la revolución no eran lo mejor desde el punto de vista de la conciencia objetiva que él consideraba como la única correcta, salvo el deseo de venganza que nace de la ira provocada por la pobreza. Desde luego, el mayor de los males radica únicamente en el deseo irrazonable, en el deseo sin objeto. ¿Por qué es así? El amor con la finalidad de propagar la especie, el egoísmo con el objetivo de distribuir beneficios, la pasión por la revolución de la clase obrera a fin de alcanzar el comunismo son virtudes que existen en las diversas sociedades vigentes. 

- No nos avergüenza el vicio, sino el ridículo. Que el presidente de una compañía de automóviles sea homosexual… puede que fuese distinto en el pasado, pero en nuestro tiempo es así.. eso es tan ridículo como un millonario cleptómano o una mujer de gran belleza que se pedorrea. Hasta cierto punto, uno puede utilizar el ridículo para granjearse el afecto de los demás, pero cuando rebasas esos límites, la gente ya no se ríe. ¿Sabe usted por qué se suicidó el tercer patrono de las acerías Krupp antes de la Primera Guerra Mundial? Este amor que trastoca todos los valores atacó la raíz de su posición social y rompió el equilibrio con el que se había mantenido en la sociedad. 

- Hoy en día se ha erradicado de nuestra cultura el interés extremadamente detallado por la inmoralidad que tan importante había sido. La metafísica de la inmoralidad ha muero y no ha quedado más que su ridículo, y éste no es más que objeto de burla. Eso es todo. La enfermedad del ridículo ha desbaratado el equilibrio de la vida. 

- En el arte moderno, desde Don Quijote, se tiende a la veneración del ridículo. 

27. Interludio

Minoru:

- A veces veía el reflejo de su espalda, de su pulcra nuca en los espejos que aparecían de improviso al doblar una esquina, y era consciente de la frescura y el encanto de su adolescencia.

- Los días en que más intensa era la repulsión de sí mismo soñaba en que volvería a haber guerra, que los incendios destrozarían la gran ciudad, y entonces creía que podría ver entre las llamas a sus padres y su hermana desaparecidos.

- Amaba al mismo tiempo las excitaciones momentáneas y las noches estrelladas en las que no había lugar para la esperanza.

- En medio de la escalera se detuvo a encender un fósforo, cuya llama, bajo la luz deslumbradora del sol, era invisible, y encender un pitillo. Regocijado por encontrarse solo, subió los últimos escalones dando saltos. 

- Minoru se metió una mano en el bolsillo del pantalón para cambiar diestramente de posición algo que se había puesto tieso y le dolía. 

- Esa gente -Minoru se refería así a la sociedad- va a por nosotros, ¿no es cierto? Hemos de tener cuidado. Desean nuestra muerte. 

- ¡Las mujeres, qué asco! Unas estudiantes pasaban por delante de ellos, y Minoru escupió al suelo. Entonces soltó un insulto sexual que había oído recientemente, en voz bastante alta para que las chicas le oyeran: ¿Qué son las mujeres? Todo lo que tienen es un saco sucio y apestoso entre las ingles, ¿no es cierto? Una bolsa dentro de la que sólo hay porquería. 

- Sus camisas, que el sudor solía pegarles a la espalda, ahora se hinchaban como toldos. 

- ¿Te imaginas si se pudieran hacer unos fuegos artificiales con la humanidad entera para exterminarla? Si se eliminaran unos tras otros a cuantos nos molestan en este mundo, convirtiéndolos en fuegos de artificio… Sólo tú y yo quedaríamos en el mundo. 

- ¿Por qué será que un gay joven y guapo siempre tiene que estar bajo la protección de alguien?

- Cuando me besas, en seguida se me levanta, y entonces no tengo el menor deseo de volver a casa. 

28. Un incidente caído de las nubes

- En la época de Edo, los jóvenes actores prostituidos no sólo aceptaban a los clientes homosexuales, sino que también era habitual que atendieran a las viudas. 

- Cuando los valores en los que una persona ha creído firmemente y que han constituido los pilares de su vida son escarnecidos, lance un grito de rebeldía. La mayoría de los hombres maduros pertenecen a la misma categoría humana que las  mujeres virtuosas. 

- Cuando se reflexiona en exceso, a menudo se acaba por actuar con torpeza. 

- Un hermoso joven en el umbral de la muerte debe tener una sonrisa en los labios. 

30. Amor heroico

- Emprender un viaje produce un sentimiento misterioso. Uno cree haberse liberado no sólo de los lugares que quedan a sus espaldas, sino también del tiempo que deja detrás de sí. 

31. Problemas espirituales y financieros

- A los cincuenta años, la única felicidad que esperaba Kawada era contemplar con desprecio la vida, una felicidad en apariencia fácil de lograr y que, por lo demás todos los cincuentones practican de una manera inconsciente, pero en el caso de un homosexual, que se niega a estar sometido al trabajo, la vida cotidiana se rebela contra él, y el mundo de su sensualidad siempre está desbordante y trata de inundar su mundo profesional. Sabía bien que la célebre frase de Wilde no era más que la expresión del resentimiento: “He puesto todo mi genio en mi vida; en mis obras no he puesto más que mi talento”.

Naturalmente, Wilde se había visto obligado a decir eso. Todo homosexual logrado es alguien que admite cierta virilidad en sí mismo, se enamora de ella y se aferra a ella, pero la verdad masculina era una diligencia tenaz, cuyo secreto poseía y que parecía propia del siglo XIX. ¡Extraña manera de ser el verdugo de sí mismo! Del mismo modo que en los tiempos de los guerreros amar a las mujeres se consideraba una actitud afeminada, así, para Kawada, la pasión que se oponía a su virtud masculina le parecía afeminada. EL vicio más temible para los guerreros y los homosexuales consistía en ser afeminado. 

32. Shunsuké Hinoki visto por sí mismo

- Hay escritores para quienes el hastío tan solo consiste en alardear de hastío, con lo podríamos llamar el don del hastío o el hastío del don. 

- Cuando se escribe una novela, es difícilmente imaginable que el autor no trate de arrogarse aquello que desprecia, y por el contrario, el intento de hacerlo es un cómodo atajo. 

- Yuichi carecía por completo de espiritualidad, y eso fue lo que curó a Shunsuké de su enfermedad crónica, la del arte que corroe el espíritu. El hecho de que Yuichi no sintiera el menor deseo hacia las mujeres salvó a Shunsuké de su miedo a la vida, un miedo que su deseo hacía aún más temible. Entonces Shunsuké había intentado crear una obra de arte ideal. como no había podido concebir en toda su vida. 

- En el amor que un artista siente por su modelo, el deseo carnal y el deseo espiritual se unen de un modo tan perfecto que la frontera entre ambos acaba por diluirse. 

- Uno no vive su juventud en soledad. De la misma manera que un gran acontecimiento tiene necesidad de que se le inscriba de inmediato en la historia, así una juventud encerrada en un hermoso cuerpo ha de tener cerca de ella alguien que la describa. 

- De la misma manera que la arena que se desliza desde la ampolleta superior de un reloj de arena adopta la misma exacta en la parte inferior, así cuando la juventud se vive hasta su final, es preciso que todas las gotas que caen de la clepsidra cristalicen y formen en seguida a su lado una estatua inmortal. 

33. Apoteosis

- Shunsuké se había desprendido de la mitad de sus libros. Le sucedía a la inversa que a los ancianos corrientes, y cuanto más envejecía, tanto más inútiles le parecían los libros. Sólo se había quedado con aquellos por los que sentía un apego especial. 

- La musa adolescente es un libro de poemas de Estratón de Sardes, poeta de la época del emperador Adriano. Para adaptarse a los gustos del emperador, enamorado de Antínoo, sólo escribía sobre hermosos muchachos:

Me gustan los pálidos, y también los que tienen la piel
color de miel, y los rubios. De otro lado quiero,
asimismo, a los de pelo oscuro. Y no desdeño a los de ojos marrones.
Pero sobre todo, me gustan los de ojos brillantes y muy negros. 


- “El hombre no puede nacer por su voluntad, pero sí morir.”